martes, 29 de enero de 2008

ELENA TUVO TRES MARIDOS (Joanna Arias)

Elena tuvo tres maridos.
El primero se murió de cirrosis , el segundo se ahogó en un lago y el tercero
de un infarto al corazón.
No se explicaba cómo en tan poco tiempo había tenido tan mala suerte .
Los sábados, al atardecer, solía caminar por la estación de tren de Atocha.
Le parecía romántica la idea de hacer como si esperara a alguien que la recibiría con un beso apasionado , que le regalara algún souvenir exótico de su viaje y la invitara a cenar a la luz de las velas mientras le decía lo deslumbrante que estaba esa noche.
Elena nunca había cogido un tren y no sabía que para cruzar con seguridad había que usar un tunel subterráneo.
Un buen día, se cansó de fantasear. Era demasiado frustrante para ella que su historia no se hubiera materializado en los catorce meses de paseos por la estación, poniendo mirada de besugo al recibir el tren con procedencia de Paris.
Esa tarde, acudió a la estación de nuevo. Decidió que su vida no tenía sentido, que era desgraciada y hacía desgraciados a todos los que estaban a su alrededor. Que era gafe o que alguien le había echado mal de ojo con los hombres ( de otra manera no podía asimilar que sus tres maridos fallecieran en un periodo de tan solo cinco años.)
Intentó recordar quién podría desearle tanto mal y le vino a la cabeza el nombre de Sylvia, su compañera de clase en el instituto, aquella rubia teñida con tetas hiperdesarrolladas que tenía un novio estupendo por el que bebía los vientos y con quien Elena había perdido su virginidad.
A medida que avanzaba por la vía del tren trataba de añadir mas candidatas a la lista .
“_No podía ser nadie mas que ella”_
Sacó un espejo del bolso y un lápiz y se pintó los labios de color escarlata mientras cavilaba.
Si quería poner fin a su angustia, qué mejor manera de hacerlo que en aquel lugar!!
Las vías del tren eran perfectas para suicidarse románticamente, como las damiselas del cine de los veinte; naturalmente, si la foto iba a salir en el periódico tenía que estar presentable , por eso siempre llevaba a mano sus utensilios de belleza.
A Elena no le daba miedo morir.( Es más, en aquel preciso momento, se quería morir.)
Lo que le horrorizaba eran los posibles comentarios de sus compañeras de club sobre su aspecto al ver la instantánea en la sección de sucesos.
Se quedó inmóvil unos segundos en la vía, con los brazos extendidos y la mirada al frente.
Percibía que el tren se acercaba por el temblor que le recorría las piernas.
_Oiga, Señora!, Aléjese ¡ ¿qué hace ahí? ¿está loca?_
El hombre corrió hacia ella y la apartó cayendo ambos de manera brusca. Después de dar unas cuantas vueltas de campana, se quedaron uno frente al otro mirándose a los ojos.
Arrugó la nariz y olisqueó el cuello del indivíduo que le había salvado . Pensó cinco segundos y resolvió que alguien con aquel aroma tan especial tenía que compartir su vida con ella.
No era perfume, eran feromonas.
Feromonas de hombre valiente , galante, romántico y además guapo. Como Clark Gable en “lo que el viento se llevó”.
Una vez pasado el susto, invitó a merendar a su héroe en el café de la estación. Le contó todos los detalles de su existencia ;a qué hora y dónde había nacido, en qué colegios había estudiado y qué profesores había tenido, en cuántas ciudades había vivido y de qué color era el chaise longe de su dormitorio. También, por supuesto le dió las gracias por lo osado de su hazaña.
Su Clark Gable, básicamente se dedicó a escucharla fascinado, observando su boquita de piñón perfectamente coloreada, sus ojos negros y las ondas de su pelo. Pensó en la criatura tan chalada y a la vez tan encantadora que tenía frente a él.
Después de acabar el chocolate quedaron para verse la semana siguiente.
Los revisores tenían turno de 9 a 5 y a Elena no le importaba ir a buscarle a la estación.
El día de la cita, olió las feromonas de su amado desde el andén numero cinco.
Él, la esperaba en el andén numero uno.
Le hizo un gesto con la mano, haciéndole ver que tenía que cruzar por debajo, a lo que ella, cegada de emoción por el reencuentro entendió que la estaba invitando a que fuera hacia él de inmediato. Corrió hacia su nuevo amor casi con los ojos cerrados, confiando en que su aroma le guiaría.
Fue rápido y sin piedad.
Unas horas más tarde el periodista inmortalizó el momento con un amasijo de vísceras que quedó esparcido a lo largo de trescientos metros.
Todos sus órganos vitales ( hígado, páncreas, corazón y lápiz de labios) quedaron expuestos a la opinión pública en la foto que Elena nunca había imaginado.

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