miércoles, 23 de enero de 2008

JE T'AIME BEAUCOUP (Mar Miguel Muriedas)

Las paredes de la vivienda de Juana y Manolo eran de papel, por lo que siempre habían tenido cierta intimidad con sus vecinos de escalera. Conocían sus horarios, sus nombres, el ruido de los grifos, sus discusiones y hasta los olores de los cocidos. Por no hablar de otros ruidos más íntimos.
En los últimos años el trasiego de vecinos en el inmueble era continuo y al matrimonio no le daba tiempo a adaptarse a las nuevas rutinas, ni al color de piel de sus vecinos, ni al olor de sus comidas. Esto alteraba su tranquilidad, el sueño y hasta el humor. Pero había sido tan difícil poder pagar la casa y criar a los hijos que ahora Manolo no quería mudarse y volver a empezar con letras; estaba a punto de jubilarse.
En la puerta de enfrente se había instalado hacía unos días Suchila, una preciosa muchacha de Mali. Juana había coincido con ella varias veces en la escalera, cargada de bolsas y ella, amablemente, le había ayudado. Delgada y ágil parecía una gacela. Tenia los ojos grandes, almendrados y el pelo rizado. A Manolo se le iban los ojos detrás de ella. Eran tan diferentes … Juana estaba gorda, su pelo teñido de rubio platino disimulaba las canas, pero no las ojeras y las arrugas de su cara. El tiempo había pasado por ella, y la había maltratado.
Juana, siempre curiosa, cada vez que encontraba a Suchila, le preguntaba por las selvas, las tribus, los leones. Ella reía; su país no era así, decía, y le contaba pequeños detalles de su otra vida.
Ese sábado se acostaron temprano. Dormían plácidamente cada uno en su cama. Manolo roncando fuerte, Juana más suave. Soñaban...
Manolo conducía su taxi por calles empinadas, laberínticas, y atrás llevaba a una mujer de piel de chocolate, bellísima, que le besaba la nuca e intentaba desabrocharle el cinturón del pantalón con sus brazos de serpiente. El, feliz, se dejaba, pero al mismo tiempo su cabeza, siempre suspicaz, razonaba ¡que no se crea ésta que la carrera le va a salir gratis!
Juana, en su sueño, daba vueltas a las palabras que había visto escritas esa misma mañana en la pared del portal: “ je t´ aime beaocoup, excuse moi, mon petit morceau du ciel, je suis desoleé” * y las entendía y no las entendía, pero sonaban tan bonitas, era como si un amante invisible se hubiera acordado de ella.
Transcurría la noche tranquila y de pronto, a través de la pared del dormitorio se comenzó a oír una fuerte discusión. Juana, que tenía el sueño más ligero, se despertó sobresaltada
- ¡Manolo, Manolo!- le gritó. Se levantó y le zarandeo. Los ruidos de las puertas y los gritos se hicieron más intensos.
-¿Qué quieres, pesada? Déjame dormir en paz… ¿Qué pasa?
-Los vecinos, ¿No los oyes?- Contestó Juana, poniéndose la bata.
-¡Y qué! Como si fuera una novedad. Golpea con la escoba en la pared.
-No, Manolo, hay que hacer algo, creo que le están pegando... ¿Llamo a la policía?
-Ni se te ocurra, qué quieres, meternos en líos. Es una puta, mujer...
-¡Y qué Manolo! Le están pegando.
Juana se levantó y recorrió la casa. Según entraba en las habitaciones el eco de los gritos disminuía o crecía. Se acercó a la puerta de la entrada y se asomó a la mirilla.
-Manolo, tienen la puerta abierta- gritó Juana
-¿Quieres dejarme dormir en paz?, ya no se oye nada.
Juana abrió lentamente; el silencio era total. Salió al rellano y empujó la puerta de la vecina. El pasillo se alargaba hacia el otro lado, al contrario que el de su casa. Una luz tenue procedente del baño iluminaba la casa. No había muebles ni cuadros en las paredes. Temblando se acercó a la cocina, después al dormitorio, y antes de llegar a la sala, vio los pies de Suchila. Estaba tirada en el suelo. Y un charco de sangre que crecía rápidamente, le manchó las zapatillas rosas. Dio un gritó, y salió corriendo.
-¡Manolo, Manolo!-
Lo encontró detrás de la puerta, en calzoncillos y camiseta sin atreverse a salir.
-¿Qué pasa? ¿Qué haces? Te dije que no hicieras nada.
-Está muerta, Manolo, o casi muerta, llama a la policía, llama a una ambulancia ... haz algo.
Volvió corriendo a casa de Suchila. Se arrodilló a su lado. De su cuerpo semidesnudo seguía manando sangre. Intentó cerrar las heridas con sus manos, cogió los cojines del sofá y apretó con ellos el abdomen de la delgada gacela. Seguía saliendo sangre, sangre que cubría su bata, sus zapatillas, sus manos, su camisón. Comenzó a llorar, se limpió las lagrimas con las manos y pintó su cara y su pelo de sangre.
-¡Manolo!- gritó, pero nadie respondió. A lo lejos se oían las sirenas- Ya están aquí, no te preocupes, bonita, ya llegan, no te mueras, algún día me enseñaras tu país con sus arenas, las casas de adobe, las mezquitas como colmenas, resiste Suchila, por favor, no te mueras...- dijo sin dejar de abrazarla.
Las enfermeras la apartaron y comenzaron las labores de reanimación. Mientras escuchaba cómo Manolo le daba explicaciones a la policía.
-La encontré allí tirada en el suelo...
Una de las enfermeras la llevó al baño a lavarse. Al mirarse en el espejo vio la sangre que manchaba su bata, sus manos, su cara, y al lado de su rostro, escrito con la sangre de Suchila: “ Mon petit morceau du ciel, tu es mort, excuse moi”**
Se sentó en el suelo del baño. Necesitaba que alguien la abrazase. Temblaba. La enfermera le dio un vaso con agua y una pastilla que tragó, y allí, mientras iba dejando poco a poco de temblar, repetía: “Je t´aime beaocoup, excuse moi, mon petit morceau du ciel, je suis desoleé”... “je t´ aime beaocoup, excuse moi, mon petit morceau du ciel, je suis desoleé”...


*“Te quiero mucho perdoname mi pequeño pedazo de cielo, estoy desolado”
**“Mi pequeño pedazo de cielo, estas muerta, perdoname”

1 comentario:

Unknown dijo...

mar, es triste que escriba este comentario despues de un año, pero mas vale tarde que nunca. no?
creo que es un relato muy bien escrito. Enseguida haces que el lector se zambulla en la atmosfera que has creado y le arrastra hasta el final.